Hará
unos 5 o 6 años vine a Bariloche y entre algunas de las actividades
que hice, subí al refugio Frey. La mayoría de la gente que deja su
opinión en internet sobre este circuito de montaña dice que es
entre fácil y medio, que casi cualquiera con un poquito de estado
físico puede hacerlo, y que no se demora más de 3.30 hs aprox para
llegar. Yo en ese momento tenía 24 o 25 años, daba clases de
acrobacia aerea en tela, y sin dudarlo asumía de mí misma que
estaba en muy buen estado físico. Tenía fuerza, coordinación, me
defendía bastante bien en cuestiones de flexibilidad, tenía mucha
potencia... quién iba a imaginarse lo que me pasó el “día del
horror en frey”?
Me
prestaron una mochila y unas zapatillas porque yo no estaba bien
equipada. Tampoco lo estuve con esa mochila y esas zapatillas que me
prestaron, pero era mejor que lo que tenía yo. Empezamos la subida
con una amiga y un chico con el que estaba “saliendo”. Al
principio todo bien; teníamos un buen ritmo, ibamos todos charlando,
y el paisaje era increíble. Había bastante sol, eso sí. Llegamos a
mitad del recorrido y si bien cada uno había encontrado su propio
ritmo, la situación era bastante buena. Mi relación con mi cuerpo y
con mi propia cabeza estaba aún en relativa armonía, sentía que
podía, y que nada podía ser tan terrible. Así llegamos al
arroyito. Paramos, cargamos agua, nos hidratamos, nos descalzamos y
mojamos los pies, charlamos, y a los pocos minutitos decidimos volver
a arrancar. Este fue el punto de inflexión, en donde toda la
estabilidad tal cual la conocía (y la cual me esforzaba en mantener)
se fue por el río, se cayó de la montaña, se drenó entre las
piedras que salté. Acá empezó la subida del demonio, y nunca
terminó.
Cuando
pensé que nada podía empeorar, me
equivoqué de camino y me perdí en serio. No tenía más agua, no
tenía señal en el teléfono hacía rato, no tenía idea de nada.
Ese camino era una bifurcación hacia abajo (hacia un río que se
escuchaba a lo lejos) y yo en lugar de seguir subiendo, empecé a
bajar. Bajé. Bajé. Bajé. Empecé a percibir un pensamiento en el
fondo de mi cabeza que me decía “qué raro que no me cruzo con
nadie”, “te equivocaste”... Y de a poco ese pensamiento empezó
a crecer. Yo seguía bajando por el camino equivocado hasta que en un
momento la desesperación, la tristeza, el cansancio y el miedo
estallaron y se canalizaron en las lágrimas más sinceras y
desbordantes que ví pasar por dentro mío en toda mi vida. Paré.
Estaba perdida. Nadie sabía donde estaba y nadie me podía ayudar.
Mis piernas no respondían y no veía una opción para mejorar mi
situación. Me senté. Lloré mucho. Y cuando no tenés ningún
recurso, lo único que te queda es la fé. Recé porque era lo último
que tenía y el chiste de subir a la montaña se había convertido en
una experiencia límite sobre la cual no tenía ningún tipo de
control. El circuito se había ido tragando uno a uno todos mis
recursos. Tuve que entregarme a la fé. Recé fuerte, recé mucho,
recé con miedo y con desesperación. Y recé con urgencia. Y después
de quebrarme y entregarme a algo más grande, esa fuerza poderosa
apareció. Un impulso repentino me tomó, me puso de pié, me hizo
dar media vuelta y empezar a subir todo el camino de nuevo con una
velocidad que había perdido hacía varias horas ya, y que estoy
segura de que no era mía. Las piernas que ya no daban dos pasos ni
para bajar, empezaron a empujarme hacia arriba. En unos pocos minutos
me encontré de nuevo en el sendero original.
Seguí
subiendo, sin fuerza pero más aliviada de reencontrarme con gente.
Yo acababa de estar en una película de terror y ahora estaba
filtrada, emocionada, rota, pero al menos ya no era la misma
película. Un tramo más adelante me encontré con M. que había
bajado a buscarme. “Me perdí” -le dije. Pero lo que en realidad
había pasado era TANTO más. Yo no le dije. Y él no preguntó.
Seguimos
subiendo un pequeño trayecto más hasta la cima. Y llegamos a la
laguna. Me senté a la sombra y vino mi amiga. M. se fué y se metió
en el agua. A veces en las personas hay silencios que encierran
muchos sentimientos y verdades que no estamos dispuestos a encarar.
Mejor mirar para otro lado. Un rato después mi amiga me convenció
de que me meta en el agua, diciendo que me iba a revitalizar y hacer
bien. Efectivamente (me metí hasta las rodillas, que fue hasta donde
más pude) y automáticamente todo se lavó. A la noche armamos la
carpa, comimos arroz con lentejas que habíamos llevado, dátiles,
frutas secas... y no sé qué más. Después nos despertamos a la
noche porque aunque estábamos cansados, nadie podía dormir. Miramos
el cielo, y compartimos algunas cortas charlas. Los dos somos buenas
personas y queremos lo mejor para el otro, pero no funcionabamos como
equipo. La montaña me lo estaba diciendo hacía rato y cada vez era
más difícil de ignorar.
La
bajada al día siguiente fué fácil. Duró infinitamente menos que
la subida, y antes del mediodía ya estábamos tomándonos el
colectivo para volver a la casita donde parábamos.
Siempre
me quedó la sensación de que yo no sirvo para la montaña. Después
de eso no quise volver a hacer trekking nunca más. Sentí que la
resistencia no es lo mío, que por mi personalidad y mis habilidades
a nivel físico y mental, la montaña es más una tortura que un
disfrute. Y eso fue cierto durante mucho tiempo. Naturalmente soy más
explosiva que resistente. Y mi carácter hace que siempre me cueste
más trascender el momento en el que me encuentro con mi límite. Por
suerte uno crece y la vida te vuelve más sereno. La fuerza bruta
típica de una persona jóven va volviéndose más dócil. La energía
con la que te movés por la vida va sincronizándose más con el
ritmo natural del mundo, y en vez de querer hacer todo vos con la
típica soberbia adolescente, empezás a hacer más silencio para
escuchar a dónde el curso de la vida te quiere llevar.
Pero para poder hacer
eso tuve que hacerlo yo conmigo misma. Y todavía tengo algo que
hacer. Hice desde que estoy acá 3 circuitos de trekking por
diferentes cerros. Algunos cortos y fáciles, otros cortos y
difíciles, y otro largo y relativamente fácil. Me queda pendiente
el que no es ni tan corto ni tan fácil, que es Frey. Sé que puedo
hacerlo. Sé que va a ser una experiencia de redención conmigo misma
y con la montaña. Sé que ahora soy otra persona. Ya no soy tan
testaruda ni rígida, y la fuerza que tengo a nivel físico está
sustentada en otra fuerza mucho más profunda que me viene de
adentro, y que también tiene que ver con la aceptación, la
flexibilidad, y la humildad. Esperemos a ver cómo se da esta vez la
subida a Frey, si sola, si acompañada, si en equipo, si con
desconocidos... Ya veremos. Pronto les contaré.
genial. amo como escribis. te quiero!
ResponderBorrargracias amiguita. yo tb te quiero =) <3
ResponderBorrarMuy linda experiencia Debora! Felicitaciones y que te superes en el Frey!
ResponderBorrarMe encanta todo...!
ResponderBorrarGracias! :)
ResponderBorrarGeniaaaaa!!!hermoso lo que compartís!!!!sincero, profundo y lleno de conocimiento!!!Gracias!
ResponderBorrarGracias lau! :) hermoso encontrarte en la angostura...
BorrarQue lindo Deby, hermosas experiencias!!!!!!!!!!
ResponderBorrarJajaja siii... me falta publicar la ultima del cerro bellavista, pero todo fue hermoso en bari!
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