martes, 24 de febrero de 2015

El silencio escondido en la montaña. Trekking para crecer (2da parte)

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Hace pocas semanas escribí sobre una experiencia que había tenido hace 5 o 6 años en Bariloche, mientras hacía el circuito al Refugio Frey (podés leerlo acá). Mientras estaba allá pensaba y tenía presente que no me podía ir sin hacer un circuito como el de Frey, o parecido en nivel de exigencia y tiempo de caminata. Cuando volví de Villa LaAngostura (un sub viaje dentro de este otro más grande), tenía 3 días antes de que llegue una amiga de Buenos Aires e irme a acampar con ella. Después de eso, ya me tenía que volver. Lunes, martes o miércoles sí o sí tenía que encontrarme cara a cara con mi desafío. Era una cuestión personal. 

El tiempo se achicaba y tenía que hacerlo suceder, pero no quería ir sola (aunque si era la única opción, lo hacía sin duda). Al final se dió que buscando, pensando, charlando, decidí preguntarle a una amiga que no veía hacía mucho pero que sabía vivía por la zona, si quería venir a Frey. Ella es guía de montaña, pero no ejercía desde hacía varios años. En el medio atravesó situaciones movilizantes en su vida, y cuando le conté mi idea le dió mucho entusiasmo. La montaña te empodera. Ella me redobló la apuesta; en vez de hacer Frey, que es super turístico y conocido, me propuso ir a otro cerro más solitario, un poco más demandante, y más alto; el Cerro Bellavista. Tiene un camino mucho más empinado que Frey y esta inclinación es casi permanente. Se estiman 3.30 hs de subida promedio, y en la cima estás a unos 1900 mts de altura. Lo definimos la noche anterior a la salida. Y yo acepté sin tener idea pero confiando. Cuando llegué a la casa de mi otra amiga, donde estaba parando, dije “Cerro Bellavista” y ella sonrió y me miró fijo. Intuí que se venía algo que tal vez no había considerado lo suficiente. Pero ya estaba en el barco, así que si bien sentí un calor repentino, sabía que pasara lo que pasara, yo iba a estar bien. Como mucho, me dije, pararé a descansar cuando lo necesite.

Me fascina la (hay una palabra opuesta a “competitividad”?) de los montañistas. Me encanta que son gente tranquila, serena. No como estamos todos acá en Bs As, queriendo ganar y llegar primero siempre, con una urgencia y un apuro constante que no sabemos ni de donde viene pero que lo tenemos infiltrado en los huesos. Cuando nos encontramos al día siguiente, mi amiga y coequiper me contó un montón de historias de cómo personas en grupos pasados que ella había llevado a la montaña, habían podido superar casi sin darse cuenta sus límites. Ella durante años se dedicó a llevar grupos de niños, de adolescentes, de adultos, y luego en otra etapa, de mujeres, a la montaña. Eso me encantaría. Las mujeres muchas veces se sienten débiles físicamente, y depende el tipo de vida que tengan, también es muy común que hayan perdido noción de su fuerza, del tamaño de su potencial. Las mujeres sobre todo más adultas, que tuvieron que cuidar a una familia, suelen ponerse siempre por detrás de los demás, olvidando sus necesidades y perdiendo poco a poco contacto con su poder más profundo. Ellas creen que no pueden. Incluso alguna vez, hasta seguramente lo han escuchado, o al menos sentido. Amaría estar presente en un grupo de mujeres en la montaña. Amaría haber visto de cerca lo que mi amiga vió, al ser testigo de la fuerza y el poder que se da cuenta que tiene una persona cuando trasciende sus límites físicos y mentales.

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El Cerro Bellavista es exigente y se necesita algo de estado físico para disfrutarlo sin que sea una tortura. Yo estaba felíz de estar ahí y de estar convirtiendo en realidad este momento. Por suerte mi coequiper era una persona serena, que no tenía ninguna necesidad de llegar rápido ni de ostentar sus saberes. Yo me siento muy cómoda con estas personas, y para encarar este tipo de situaciones siempre prefiero tener cerca la tranquilidad de la maduréz antes que la fuerza salvaje. En algún otro post hablaré sobre la importancia de los maestros, guías, entrenadores, instructores, o coaches en todas sus formas, y cómo identificar qué tipo de personalidad saca a flote lo mejor de vos.

La montaña te dice la verdad. No hay escapatoria. Sos vos con vos mismo. Vos con tu mente. Vos con tu cuerpo. Vos con el silencio de un pedazo de tierra imponente, que se erige bajo tus pies y delante de tus ojos. Es demasiada naturaleza. Es demasiada verdad. Querer mantener una fachada en la montaña es como querer meter la panza cuando estás en maya. No podés. No te podés mentir. No tenés a donde esconderte. La verdad de quien sos y de qué estás hecho está ahí, y se está desplegando minuto a minuto. Hay una frase en inglés que es “let´s see what you are made of” - Vamos a ver de qué estás hecho. ESTA es una de esas circunstancias en donde ESO DE LO QUE ESTÁS HECHO habla por sí solo.

El comienzo
En la base hay un tramo bastante plano, aunque ya empieza a ascender de a poco. Esto durará una media hora en la ida, tal vez un poquito más. Luego empezás a tomar real consciencia de la verticalidad del asunto. El sendero es angosto, lleno de raíces y piedras. Y acá empieza tu meditación. Paso a paso. Un pie arriba de otro. Coordinás con la respiración. Bajás tu nivel de exigencia mental, y empezás a “estar con lo que hay”. Ok, esto es lo que estoy pudiendo dar de mí. Este es mi ritmo sostenible. Los otros se adelantaron? Ok. Estoy en peor estado del que pensaba. Ok. Estoy en mejor estado del que pensaba. Ok. No me da el aire para hablar y caminar a la vez. Ok. Tengo calor. Ok. Me pesa la mochila. Ok. Me duelen los pies. Ok. Y de tanto ver pasar tus juicios y opiniones sobre vos mismo y sobre lo que estás haciendo, llega un momento en el que te dejás de enroscar en ellos. Cualquier pensamiento que te venga, da igual. Sabés que meterte en una discusión con ellos no te va a llevar a ningún lado y no va a transformar tu situación. No te queda otra que seguir caminando. El calor lo dejas estar. El dolor lo dejás estar. Tantos “ok” escuchás de tu propia mente en respuesta a todos tus juicios inútiles, que te acostumbrás a ir por la banquina de la autopista de tus pensamientos todo el tiempo. Lo único a lo que te podés aferrar es a tu respiración. Es lo único que te importa, y lo único que te va a hacer llegar sana, salva y felíz a la cima. Paso a paso. Un pie arriba. Inhalo. Otro pie arriba. Exhalo. Es todo lo que necesitás; encontrar el ritmo de tu respiración.

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Hacemos un stop. Nos sentamos dos segundos después de una subidita. Tomamos agua y miramos el paisaje. Justo dimos con un hueco que se abre en la vegetación y podemos ver todo el lago desde un mirador. Wow. Todo lo que habíamos subido ya era bastante. Volvemos a arrancar. Empezamos el tramo dos.


El bosque del medio
De repente ante nosotras se abre un bosque verde tupido lleno de árboles gigantes, flores amarillas, y pasto hasta la rodilla. El bosque es muy especial. Tiene una presencia muy intensa. Sentís que no estás solo. Pero yo estoy muy a gusto acá. Esta parte te hace sentir como un juguete de miñatura. Las cosas que ves son cosas que ya conocías, pero no de este tamaño. Acá en Olivos está lleno de árboles también, pero no árboles que necesitás 4 personas para rodear con los brazos. Y pasto yo veo mucho en mi barrio... pero no pasto hasta los muslos. Eramos hormigas.

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Esos dos puntitos son las únicas dos personas que nos encontramos en todo el día. 
Para que se vea la proporción de la persona con respecto al entorno.

Después de un rato largo (ponele una hora) decidimos sentarnos a comer algunas frutas y a tomar agua. Encontramos otro hueco entre los árboles y podíamos ver todo desde arriba. Qué impresionante. Vas teniendo estos momentos de retribución en una subida, cuando encontrás un mirador aprovechalo. Te saca por un momento de tu pequeña cabeza, de tu cansancio, calor y dolor. Y venís tan filtrado, TANTAS toxinas mentales y físicas estás liberando en este proceso que cuando ves algo así, todo toma otra perspectiva. Te emociona. Te sentís que todo tiene un sentido, que todo eso está ahí para vos. Que te lo ganaste. Que todo YA es tuyo. El tamaño de tu consciencia se expande y tu vida toma otra perspectiva. Ya no sos un ratoncito corriendo en la rueda del hamster, preocupándose por sus pequeñas cositas. En estos momentos te das cuenta de que la vida es enorme y es magnífica, y sabés que ya no vas a poder volver a achicarte nunca más. Parecido a cuando te sacás las zapatillas después de un largo día de caminata: no hay forma de que te las vuelvas a poner. Te aprietan, te duelen, y te quedan chicas hace rato...

La conversación a medida que vamos llegando a la cima, se vuelve más profunda. Con mi guía de montaña personal no nos veíamos hacía años, pero ir a la montaña hace que eso no se note. La realidad emerge y las personas se vuelven más sinceras, con sus palabras y con sus actos. Compartir un trayecto tan largo de este estilo con alguien puede dejar en evidencia la verdad de quiénes ellos son; si sos amable, si sos competitivo, si sos generoso, si cuidás a los otros, si sos solitario, si no te interesa ir cerca del otro, si estás muy ensimismado... Todas estas verdades se vuelven más tangibles en la atmósfera y la personalidad real de alguien (o la naturaleza de la relación que tenés con alguien) se hace palpable, aún sin hablar. No te extrañes si empezás a sentir mucho respeto por alguien con quien estás caminando. O rechazo. Parece injustificado pero no lo está. Ojo también de no estar peleándote con TUS propias cualidades que también están saliendo a la superficie. Puede pasar que de repente te enojes con vos mismo y empieces a hablarle mal a los demás, si es que estás pasando por un momento de mucho esfuerzo y te frustra encontrarte con tu pared.

¿Cómo te tratás a vos mismo cuando descubrís tu límite?

Aprender a caminar es aprender a vivir. Te vas conociendo. Pasas mucho tiempo con tu cabeza. Si lo tomás como puntapié para mejorarte a vos mismo, entonces la montaña se convierte en tu Maestro. Así como te tratás a vos mismo es como tratás a los demás. Nada que no repartas y esparzas hacia afuera en tus relaciones es diferente a lo que vos guardás para vos mismo en tu conversación personal e inconsciente. Los demás son solo extras en tu película. Tu experiencia depende de vos y de tu cabeza, de ese caldo de cultivo que se viene gestando adentro y que lo venías tapando con ropa nueva y chiches tecnológicos ultramodernos, con alcohol, cigarrillo, y otras sustancias y hábitos que te adormecen la sensibilidad y la capacidad de mirarte a vos mismo en silencio.

Quién soy?

A dónde estoy llevando mi vida?

Qué soy?

Para qué estoy acá?

De qué estoy hecho?

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Tal vez empiecen a emerger todas estas sensaciones de infinito. Te expandiste. Tal vez sólo quieras convivir con esta mágica inmensidad en silencio un rato más. O una temporada más. O una vida más.

Desafío final
Acá entramos en el último tramo; el precipicio de piedras que se derrumban. Lo primero que veo cuando salimos del bosque es la ladera de una montaña. Acá la vegetación se corta radicalmente y donde antes había tierra y pasto, ahora hay piedras y... la nada misma. Pasas de estar con la visión obstruída dentro de un bosque, a tener amplitud total sobre Bariloche y la cordillera.

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Me animo?

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Dale vamos.

Tenés que trepar unos 100 metros por todo un costado de una montaña en donde si mirás para abajo, te morís de angustia. Y para colmo yo con mis zapatillas de correr, siempre con el equipo inadecuado para estas cosas. En donde mi amiga se para, ella se queda parada. En donde yo me paro, me resbalo automáticamente hacia abajo. En dirección al precipicio. Me tengo que agachar e ir agarrándome con las manos de algunas piedras un poco más fijas, aunque siempre te sorprenden y la mitad terminan cayéndose igual que las otras. Estado mental: alerta.

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La ladera de piedras.

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Y una vista de a dónde ibas a parar si te caías.

A esta altura mis tobillos ya son un chicle. Hace un tiempo me rompí el tendón de Aquiles de manera natural, debido a la debilidad genética de mis tendones largos. Tengo mala pisada y además en mis tiempos de gimnasta me esguincé cada tobillo al menos 2 veces. Cómo responden mis tobillos hoy en día? Lo mejor que pueden! Pero es la parte más inestable de mi cuerpo, mi punto débil. En este momento los estoy exprimiendo al máximo y trato de cuidarlos y no poner los pies en posiciones muy dolorosas (de costado). Más bien trato de usar fuerza de cuádriceps y moverme siempre de frente. Pero ahora, de espaldas a un precipicio, están llorando. Sigo subiendo igual. Acá me metí mi ego en el bolsillo y subí COMO PUDE. Resbalándome, riéndome, agarrándome de raíces (las pocas que había), temblando... en fin. 

Cuando terminamos la subida del horror por la ladera de la muerte veo en frente mío LA CIMA. Estoy en la cima del bendito Cerro Bellavista, que tiene la vista más bella que hayas visto en tu vida. Vamos un poco hacia el costado, y voilá! Ante nosotras se abre una vista de 360 grados. Los 360 grados más tremendos que nunca te vas a poder imaginar.
No termino de recuperarme los ojos y mi amiga empieza a ir hacia la izquierda. A dónde va? A espiar otro lado de la vista? No no. VA A SEGUIR POR UNA CORNISA DE UNOS 500 MTS CON PRECIPICIO A AMBOS LADOS, hasta OTRA cima. “Hay otra cima?!?!?!”. Sí, señores. Aparentemente el Cerro Bellavista tiene dos cumbres. Si la anterior era una cumbre normalmente deslumbrante, la segunda y el camino que lleva a ella vendría a ser algo así como el puente de los dioses. Después de media hora más de equilibrio entre una muerte segura a mi derecha, y una muerte infalible a mi izquierda, llegamos.

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La cornisa hacia la segunda cumbre.

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Y acá ya no sé cómo podría explicarte lo que ví. Así que acá va el video:


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Ves, todo se puede.



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