Hace
pocas semanas escribí sobre una experiencia que había tenido hace 5
o 6 años en Bariloche, mientras hacía el circuito al Refugio Frey (podés leerlo acá). Mientras estaba allá pensaba y tenía presente
que no me podía ir sin hacer un circuito como el de Frey, o parecido
en nivel de exigencia y tiempo de caminata. Cuando volví de Villa LaAngostura (un sub viaje dentro de este otro más grande), tenía 3
días antes de que llegue una amiga de Buenos Aires e irme a acampar
con ella. Después de eso, ya me tenía que volver. Lunes, martes o
miércoles sí o sí tenía que encontrarme cara a cara con mi
desafío. Era una cuestión personal.
El tiempo se achicaba y tenía
que hacerlo suceder, pero no quería ir sola (aunque si era la única
opción, lo hacía sin duda). Al final se dió que buscando,
pensando, charlando, decidí preguntarle a una amiga que no veía
hacía mucho pero que sabía vivía por la zona, si quería venir a
Frey. Ella es guía de montaña, pero no ejercía desde hacía varios
años. En el medio atravesó situaciones movilizantes en su vida, y
cuando le conté mi idea le dió mucho entusiasmo. La
montaña te empodera.
Ella me redobló la apuesta; en vez de hacer Frey, que es super
turístico y conocido, me propuso ir a otro cerro más solitario, un
poco más demandante, y más alto; el Cerro Bellavista. Tiene un
camino mucho más empinado que Frey y esta inclinación es casi
permanente. Se estiman 3.30 hs de subida promedio, y en la cima estás
a unos 1900 mts de altura. Lo definimos la noche anterior a la
salida. Y yo acepté sin tener idea pero confiando. Cuando llegué a
la casa de mi otra amiga, donde estaba parando, dije “Cerro
Bellavista” y ella sonrió y me miró fijo. Intuí que se venía
algo que tal vez no había considerado lo suficiente. Pero ya estaba
en el barco, así que si bien sentí un calor repentino, sabía que
pasara lo que pasara, yo iba a estar bien. Como mucho, me dije,
pararé a descansar cuando lo necesite.
Me
fascina la (hay una palabra opuesta a “competitividad”?) de los
montañistas. Me encanta que son gente tranquila, serena. No como
estamos todos acá en Bs As, queriendo ganar y llegar primero
siempre, con una urgencia y un apuro constante que no sabemos ni de
donde viene pero que lo tenemos infiltrado en los huesos. Cuando nos
encontramos al día siguiente, mi amiga y coequiper me contó un
montón de historias de cómo personas en grupos pasados que ella
había llevado a la montaña, habían podido superar casi sin darse
cuenta sus límites. Ella durante años se dedicó a llevar grupos de
niños, de adolescentes, de adultos, y luego en otra etapa, de
mujeres, a la montaña. Eso
me encantaría.
Las mujeres muchas veces se sienten débiles físicamente, y depende
el tipo de vida que tengan, también es muy común que hayan perdido
noción de su fuerza, del tamaño de su potencial. Las mujeres sobre
todo más adultas, que tuvieron que cuidar a una familia, suelen
ponerse siempre por detrás de los demás, olvidando sus necesidades
y perdiendo poco a poco contacto con su poder más profundo. Ellas
creen que no pueden. Incluso alguna vez, hasta seguramente lo han
escuchado, o al menos sentido. Amaría estar presente en un grupo de
mujeres en la montaña. Amaría haber visto de cerca lo que mi amiga
vió, al ser testigo de la fuerza y el poder que se da cuenta que
tiene una persona cuando trasciende sus límites físicos y mentales.
El
Cerro Bellavista es exigente y se necesita algo de estado físico
para disfrutarlo sin que sea una tortura. Yo estaba felíz de estar
ahí y de estar convirtiendo en realidad este momento. Por suerte mi
coequiper era una persona serena, que no tenía ninguna necesidad de
llegar rápido ni de ostentar sus saberes. Yo me siento muy cómoda
con estas personas, y para encarar este tipo de situaciones siempre
prefiero tener cerca la tranquilidad de la maduréz antes que la
fuerza salvaje. En algún otro post hablaré sobre la importancia de
los maestros, guías, entrenadores, instructores, o coaches en todas
sus formas, y cómo identificar qué tipo de personalidad saca a
flote lo mejor de vos.
La
montaña te dice la verdad. No hay escapatoria. Sos vos con vos
mismo. Vos con tu mente. Vos con tu cuerpo. Vos con el silencio de un
pedazo de tierra imponente, que se erige bajo tus pies y delante de
tus ojos. Es demasiada naturaleza. Es demasiada verdad. Querer
mantener una fachada en la montaña es como querer meter la panza
cuando estás en maya. No podés. No te podés mentir. No tenés a
donde esconderte. La verdad de quien sos y de qué estás hecho está
ahí, y se está desplegando minuto a minuto. Hay una frase en inglés
que es “let´s
see what you are made of”
- Vamos a ver de qué estás hecho. ESTA es una de esas
circunstancias en donde ESO DE LO QUE ESTÁS HECHO habla por sí
solo.
El comienzo
En
la base hay un tramo bastante plano, aunque ya empieza a ascender de
a poco. Esto durará una media hora en la ida, tal vez un poquito
más. Luego empezás a tomar real consciencia de la verticalidad del
asunto. El sendero es angosto, lleno de raíces y piedras. Y acá
empieza tu meditación. Paso a paso. Un pie arriba de otro. Coordinás
con la respiración. Bajás tu nivel de exigencia mental, y empezás
a “estar con lo que hay”. Ok, esto es lo que estoy pudiendo dar
de mí. Este es mi ritmo sostenible. Los otros se adelantaron? Ok.
Estoy en peor estado del que pensaba. Ok.
Estoy en mejor estado del que pensaba. Ok.
No me da el aire para hablar y caminar a la vez. Ok.
Tengo calor. Ok.
Me pesa la mochila. Ok.
Me duelen los pies. Ok.
Y de tanto ver pasar tus juicios y opiniones sobre vos mismo y sobre
lo que estás haciendo, llega un momento en el que te dejás de
enroscar en ellos. Cualquier pensamiento que te venga, da igual.
Sabés que meterte en una discusión con ellos no te va a llevar a
ningún lado y no va a transformar tu situación. No te queda otra
que seguir caminando. El calor lo dejas estar. El dolor lo dejás
estar. Tantos “ok” escuchás de tu propia mente en respuesta a
todos tus juicios inútiles, que te acostumbrás a ir por la banquina
de la autopista de tus pensamientos todo el tiempo. Lo único a lo
que te podés aferrar es a tu respiración. Es lo único que te
importa, y lo único que te va a hacer llegar sana, salva y felíz a
la cima. Paso a paso. Un pie arriba. Inhalo. Otro pie arriba. Exhalo.
Es todo lo que necesitás; encontrar el ritmo de tu respiración.
Hacemos
un stop. Nos sentamos dos segundos después de una subidita. Tomamos
agua y miramos el paisaje. Justo dimos con un hueco que se abre en la
vegetación y podemos ver todo el lago desde un mirador. Wow. Todo lo
que habíamos subido ya era bastante. Volvemos a arrancar. Empezamos
el tramo dos.
El bosque del medio
De
repente ante nosotras se abre un bosque verde tupido lleno de árboles
gigantes, flores amarillas, y pasto hasta la rodilla. El bosque es
muy especial. Tiene una presencia muy intensa. Sentís que no estás
solo. Pero yo estoy muy a gusto acá. Esta parte te hace sentir como
un juguete de miñatura. Las cosas que ves son cosas que ya conocías,
pero no de este tamaño. Acá en Olivos está lleno de árboles
también, pero no árboles que necesitás 4 personas para rodear con
los brazos. Y pasto yo veo mucho en mi barrio... pero no pasto hasta
los muslos. Eramos hormigas.
Esos dos puntitos son las únicas dos personas que nos encontramos en todo el día.
Para que se vea la proporción de la persona con respecto al entorno.
Después
de un rato largo (ponele una hora) decidimos sentarnos a comer
algunas frutas y a tomar agua. Encontramos otro hueco entre los
árboles y podíamos ver todo desde arriba. Qué
impresionante.
Vas teniendo estos momentos de retribución en una subida, cuando
encontrás un mirador aprovechalo. Te saca por un momento de tu
pequeña cabeza, de tu cansancio, calor y dolor. Y venís tan
filtrado, TANTAS toxinas mentales y físicas estás liberando en este
proceso que cuando ves algo así, todo toma otra perspectiva. Te
emociona. Te sentís que todo tiene un sentido, que todo eso está
ahí para vos. Que te lo ganaste. Que todo YA es tuyo. El tamaño de
tu consciencia se expande y tu vida toma otra perspectiva. Ya no sos
un ratoncito corriendo en la rueda del hamster, preocupándose por
sus pequeñas cositas. En estos momentos te das cuenta de que la vida
es enorme y es magnífica, y sabés que ya no vas a poder volver a
achicarte nunca más. Parecido a cuando te sacás las zapatillas
después de un largo día de caminata: no hay forma de que te las
vuelvas a poner. Te aprietan, te duelen, y te quedan chicas hace
rato...
La
conversación a medida que vamos llegando a la cima, se vuelve más
profunda. Con mi guía de montaña personal no nos veíamos hacía
años, pero ir a la montaña hace que eso no se note. La realidad
emerge y las personas se vuelven más sinceras, con sus palabras y
con sus actos. Compartir un trayecto tan largo de este estilo con
alguien puede dejar en evidencia la verdad de quiénes ellos son; si
sos amable, si sos competitivo, si sos generoso, si cuidás a los
otros, si sos solitario, si no te interesa ir cerca del otro, si
estás muy ensimismado... Todas estas verdades se vuelven más
tangibles en la atmósfera y la personalidad real de alguien (o la
naturaleza de la relación que tenés con alguien) se hace palpable,
aún sin hablar. No te extrañes si empezás a sentir mucho respeto
por alguien con quien estás caminando. O rechazo. Parece
injustificado pero no lo está. Ojo también de no estar peleándote
con TUS propias cualidades que también están saliendo a la
superficie. Puede pasar que de repente te enojes con vos mismo y
empieces a hablarle mal a los demás, si es que estás pasando por un
momento de mucho esfuerzo y te frustra encontrarte con tu pared.
¿Cómo
te tratás a vos mismo cuando descubrís tu límite?
Aprender
a caminar es aprender a vivir. Te vas conociendo. Pasas mucho tiempo
con tu cabeza. Si lo tomás como puntapié para mejorarte a vos
mismo, entonces la montaña se convierte en tu Maestro. Así como te
tratás a vos mismo es como tratás a los demás. Nada que no
repartas y esparzas hacia afuera en tus relaciones es diferente a lo
que vos guardás para vos mismo en tu conversación personal e
inconsciente. Los demás son solo extras en tu película. Tu
experiencia depende de vos y de tu cabeza, de ese caldo de cultivo
que se viene gestando adentro y que lo venías tapando con ropa nueva
y chiches tecnológicos ultramodernos, con alcohol, cigarrillo, y
otras sustancias y hábitos que te adormecen la sensibilidad y la
capacidad de mirarte a vos mismo en silencio.
Quién
soy?
A
dónde estoy llevando mi vida?
Qué
soy?
Para
qué estoy acá?
De
qué estoy hecho?
Tal
vez empiecen a emerger todas estas sensaciones de infinito. Te
expandiste. Tal vez sólo quieras convivir con esta mágica
inmensidad en silencio un rato más. O una temporada más. O una vida
más.
Desafío final
Acá entramos en el último tramo; el precipicio de piedras que se derrumban. Lo
primero que veo cuando salimos del bosque es la ladera de una
montaña. Acá la vegetación se corta radicalmente y donde antes
había tierra y pasto, ahora hay piedras y... la nada misma. Pasas de
estar con la visión obstruída dentro de un bosque, a tener amplitud
total sobre Bariloche y la cordillera.
Me animo?
Dale vamos.
Tenés
que trepar unos 100 metros por todo un costado de una montaña en
donde si mirás para abajo, te morís de angustia. Y para colmo yo
con mis zapatillas de correr, siempre con el equipo inadecuado para
estas cosas. En donde mi amiga se para, ella se queda parada. En
donde yo me paro, me resbalo automáticamente hacia abajo. En
dirección al precipicio. Me tengo que agachar e ir agarrándome con
las manos de algunas piedras un poco más fijas, aunque
siempre te sorprenden y la mitad terminan cayéndose igual que las
otras. Estado mental: alerta.
La ladera de piedras.
Y una vista de a dónde ibas a parar si te caías.
A
esta altura mis tobillos ya son un chicle. Hace un tiempo me rompí
el tendón de Aquiles de manera natural, debido a la debilidad
genética de mis tendones largos. Tengo mala pisada y además en mis
tiempos de gimnasta me esguincé cada tobillo al menos 2 veces. Cómo
responden mis tobillos hoy en día? Lo mejor que pueden! Pero es la
parte más inestable de mi cuerpo, mi punto débil. En este momento
los estoy exprimiendo al máximo y trato de cuidarlos y no poner los
pies en posiciones muy dolorosas (de costado). Más bien trato de
usar fuerza de cuádriceps y moverme siempre de frente. Pero ahora,
de espaldas a un precipicio, están llorando. Sigo subiendo igual.
Acá me metí mi ego en el bolsillo y subí COMO PUDE. Resbalándome,
riéndome, agarrándome de raíces (las pocas que había),
temblando... en fin.
Cuando terminamos la subida del horror por la
ladera de la muerte veo en frente mío LA CIMA. Estoy en la cima del
bendito Cerro Bellavista, que tiene la vista más bella que hayas
visto en tu vida. Vamos un poco hacia el costado, y voilá! Ante
nosotras se abre una vista de 360 grados. Los 360 grados más
tremendos que nunca te vas a poder imaginar.
No
termino de recuperarme los ojos y mi amiga empieza a ir hacia la
izquierda. A dónde va? A espiar otro lado de la vista? No no. VA A
SEGUIR POR UNA CORNISA DE UNOS 500 MTS CON PRECIPICIO A AMBOS LADOS,
hasta OTRA cima. “Hay otra cima?!?!?!”. Sí, señores.
Aparentemente el Cerro Bellavista tiene dos cumbres. Si la anterior
era una cumbre normalmente deslumbrante, la segunda y el camino que
lleva a ella vendría a ser algo así como el puente de los dioses.
Después de media hora más de equilibrio entre una muerte segura a
mi derecha, y una muerte infalible a mi izquierda, llegamos.
La cornisa hacia la segunda cumbre.
Y
acá ya no sé cómo podría explicarte lo que ví. Así que acá va el video:
Ves, todo se puede.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Comentá abiertamente eligiendo abajo en Comentar Como, la opción "nombre/URL" y si querés poné la dir de tu pag en URL, o dejalo vacío. Tus comentarios y opiniones me ayudan a mejorar este blog :)