lunes, 15 de diciembre de 2014

Quebec mágico. Crónica de una muerte no anunciada.

canada quebec viajes creatividad
Todas las fotos de Quebec son de http://freelargephotos.com

En julio 2011 hice un viaje de unas 3 semanas que me llevó por Berlín y Montreal. Lo lindo de los viajes que duran varios días, semanas o meses, es que uno no lleva todo planeado y tiene algunos días libres para dejarse sorprender por la ruta. 

Ni me acuerdo en qué momento de mi pasaje por Montreal, mientras charlaba con un canadiense, escuché algo de la famosa Quebec. No me atraen las ciudades demasiado turísticas normalmente y no tenía ninguna intención particular de ir allí. Además, en todo Canadá hay lugares tan atractivos para ver y estar, que no tenía manera de decidir objetivamente. En un punto ya la decisión de a dónde ir se transforma en algo muy aleatorio cuyas bases pibotean entre pasajes, distancias, precios generales, días disponibles, y una suerte de magia que en el momento indicado te lleva a decidir un destino sobre otro. Había esuchado que con 3 o 4 días estaba más que bien para conocerla toda. Aún así, dejé que el tiempo pasara y que fuera decantando solo. Así fue que a último momento, y de manera muy impulsiva, decidí ir un día a tomarme el micro.

Me encontré con una ciudad muy acogedora y segura. Todo me generaba mucha dulzura y contención al turista. No hay forma de perderse, no hay forma de no caminar siempre por un lugar hermoso, no hay forma de aburrirse. Llegué sin efectivo y con una tarjeta de débito que se me había bloqueado en la estación de micros justo antes de salir. Tenía algunas monedas que sumaban unos 9 dólares como mucho, y necesitaba guardarlas porque tenía que pagar el micro hasta el aeropuerto cuando fuera el momento de volver. Podría haber entrado en pánico, y de hecho algún porcentaje de mí estaba en ese estado de “emergencia”, aunque me convenía no dejarme caer en ese agujero negro de la desesperación porque no tenía forma de solucionarlo. Así que simplemente me dejé llevar y confié que todo iba a tener que estar bien. Y así fue.


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Todas las fotos de Quebec son de http://freelargephotos.com

Como les decía, la pequeña ciudad es un cuento. Resulta que en este caso, el cliché no me molestó. Quebec me recibió con un aire cálido y cercano bastante cómodo a mis pulmones. Hay un primer approach cuando uno va llegando a un lugar y le pega esa oleada nueva del aire propio de esa zona. En ese momento ya lo sabés: te gusta o no te gusta. Y es inmediato. Y es radical. El aire de un lugar tiene una composición única y te transmite toda su escencia. No, no tengo el olfato de un boxer, pero existe una química como la hay con las personas, y si estás conectado con vos mismo podes distinguir cual es la reaccion que se produce al interactuar tus componentes con los de tu nuevo entorno. Efervesencia, rechazo, adrenalina, familiaridad, comodidad, apertura, o liviandad... No estoy diciendo que no se puedan tener experiencias hermosas y muy valiosas de vida en todos estos lugares, simplemente que para mí el primer impacto es muy revelador.

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Todas las fotos de Quebec son de http://freelargephotos.com

Quebec no es una ciudad demasiado barata. Es pintoresca y absolutamente hermosa en el sentido estético de la palabra, creo que nadie podría decir lo contrario. Pero no deja de tener intenciones turísticas. No me pasó como con Frankfurt, por ejemplo, en donde no sentí en ningún momento que la ciudad me estuviera pidiendo que gaste dinero en ella. Quebec es bella, simpática, amorosa, y amable, pero sigue usando taco alto y maquillaje, y dando muestras gratis de algunas cosas para después matarte en otras. A pesar de no ser una ciudad totalmente desinteresada y genuina, su energía era bastante agradable y me permití disfrutarla de todas las maneras posibles durante los 4 días que estuve.

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Me alojé en el International Hostel Youth (pude pagar con tarjeta de débito gracias a Dios y a todos los santos) y al parecer la falta de dinero en efectivo no era un limitante hasta este momento. Me tocó compartir habitación con otras dos chicas en una pieza para 4. Una de ellas comía papas fritas en la cama de arriba y se aseguró de poner almohadas en todo el largo del colchón para no entrar en el campo visual de nadie más. Otra chica más simpática cayó un día después y hablamos un poco, aunque tampoco me pasó eso que cuentan algunas personas, de vivir la magia de los hosteles socializando con gente increíble e interesante. Era una chica normal, no estaba viajando hacía demasiado, no tenía una historia maravillosa en apariencia, ni había recorrido medio país en bicicleta (este tipo de gente seguramente se quedaba en otros hosteles, o eran extras en la película de algún otro viajero).

A penas me acomodé salí a recorrer la ciudad caminando. Es ideal para caminar mucho Quebec; las callecitas del centro son angostas, empedradas, y circulares (o esa sensación me dió a mí, que no soy cien por ciento confiable cuando de orientación se trata). Cuestión que todo era adorable. Hacía calor. Había mucho verde, plazas, parques, y todo interactuando con construcciones que parecían salidas de un cuadro. Flores y enredaderas en las paredes, toldos de colores, música sonando desde el interior de algunos negocios, cafés con mesitas en la calle, gente felíz caminando, jóvenes, familias, todo perfectito. Quise que me molestase un poco tanta perfección, pero no lo logré.

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En el centro de información turística me dieron dos folletos donde se enumeraban las actividades de los próximos días en la ciudad. Algunas eran gratuitas y otras pagas. Yo circulé las gratuitas que, además, eran las más interesantes. Por ejemplo una proyección que iba a haber sobre un edificio junto con luces de colores que creaban unos efectos increíbles. Para ver esto te daban una dirección X, caminabas varias calles en subida, y cuando llegabas a la esquina en cuestión, mirabas en dirección al bajo, y sobre las paredes de una construcción gigante empezaba a aparecer un corto. El corto en sí no era genial, pero la idea y toda la situación, sumado a los efectos de luces y el tamaño de la puesta, era realmente deslumbrante. Otra actividad tremenda que hubo (y que sigo sin poder creer que sucedió) es un show nuevo y gratuito del Cirque Du Soleil. Dije que era gratis? Dije que era el Cirque Du Soleil? De las 3 noches que estuve en Quebec fuí a verlo 2. Hice una cola de una hora parada en la puerta junto con otros cientos de mortales. Veías el espectáculo al aire libre, amuchado entre otras sardinas, algunas bastante más altas que vos. Pero si sos ex gimnasta, ex acróbata y eternamente amante del aire y las piruetas como yo, nada de esto te importaba y te las ibas a ingeniar para estar ahí firme como estaca, inamovible y decidida a defender tu lugar y tu campo de visión cueste lo que cueste. Había acrobacia en dúo, contorsionistas, trampolinistas, clowns, y todo el misterio y la magia que el Cirque sabe generar.

Dos días después me encontré con una amiga que acababa de llegar a la ciudad. Fue lindo verla y compartir con ella todo el día de caminatas por la verde Quebec. Llegamos a un parque enorme bastante alejado del centro, todo en un plano inclinado en forma de pendiente. Pasamos varias horas allí y después emprendimos la larga caminata de vuelta. En un momento del recorrido entramos en la dimensión desconocida: juro por Dios que de estar caminando por calles escasamente transitadas, pasamos a una especie de peatonal de muy alta clase en donde había cientas de personas tomando cerveza, modelos bañándose en jacuzzis al exterior, bares montados para esa ocasión, bandas, micrófonos, showmen sobreactuando, y otras cosas muy bizarras que nunca ví en vivo y en directo excepto por ese día (y tampoco estoy tan segura de que haya realmente sucedido). Fueron dos cuadras de estar en un evento como de revista muy top con gente borracha cantando cosas ininteligibles. 

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Quebec es como para caminarla de arriba a abajo, de lado a lado, en círculos, en zig zag, bordeando el fuerte, por arriba del fuerte, por abajo del fuerte, con los pies, con las manos, mirando, oliendo, escuchando. No tiene desperdicios, al menos en temporada alta que es cuando yo la conocí. Hay que estar ahí afuera todo el día y estar atento a los eventos para dejarte atraer por ellos. Shows callejeros, música de gaitas en patios internos, circos, no sé...

Un día me tomé el colectivo de 40 minutos más o menos hasta las cataratas de Montmorency. Son chiquitas, pero muy hermosas, al igual que todo el barrio y el paisaje que las circunda. Caminé por un circuito dentro de un bosque hasta que al final las ví desde arriba, luego fuí bajando por unas escaleras para verlas desde su base. Había un sistema para subir con telecabinas, pero un chiste de esos en Canadá puede ser caro. No lo pude aprovechar. Yo, que siempre encuentro mis propios caminos más cerca de las tangentes que de las convenciones, empecé a bordear todo el parque alejándome de las cabinas hasta que llegué a otras dos cascaditas mucho mas chiquitas. TAN chiquitas que las subestimé. Arriba estaba la calle por la que había venido. Abajo estaba yo. Arriba estaba el lugar al que tenía que volver. Abajo seguía yo. Qué pasó por mi mente en ese momento? Todavía no lo entiendo, pero al parecer creí que podía escalarlas.

ADVERTENCIA: LO SIGUIENTE NO ES APTO PARA CARDÍACOS

Al principio era fácil (no me quiero mandar la parte pero a pesar de mi metro y medio de altura y mi contextura poco estilizada, mi agilidad me ha sabido merecer apodos como “araña”). Pero esta vez hubo un pequeño error en el cálculo de mis habilidades. La subida empezó a ser progresivamente más difícil debido a las piedras planas y al agua que me pasaba muy cerca. La pendiente pasó a ser más empinada, las superficies agarrables escasearon. La verdad es que no sé que pasó, pero en un momento me dí cuenta de que no podía ni seguir subiendo, ni bajar. Estaba trabada a mitad camino y las manos no me daban a basto para asegurarme el avance. Sospeché que era un buen momento para desesperarme cuando miré para abajo y ví que si no lograba subir, todo se podía transformar en una catástrofe. Las piernas me empezaron a temblar y realmente lloré de miedo. No tengo idea cómo salí de ahí pero apelé a todos los milagros y dioses posibles, y algo pasó porque de repente estaba arriba de todo, de nuevo en la ruta por la que había llegado.

Me senté en el pasto a reponerme del filo de la muerte y a tratar de devolver mi mente a un lugar agradable. Es muy curioso como podés estar en un momento en una atmósfera muy buena, de vacaciones, en una ciudad mágica en un día soleado, y de repente caer en la cuenta de que hiciste una estupidéz y que tu vida peligra. La única diferencia entre esta historia como anécdota graciosa en un blog, y esta historia como nota de diarios en Canadá y Argentina, fue el resultado mágico. Pero ese momento en sí fue mortal igual.

Me tomé el colectivo de vuelta y un ratito después estaba en el centro. Esa noche comí en un lugar de comida vegetariana por peso. Me serví bastante y me costó cara pero no me importó; tenía que anclarme a la tierra de nuevo.

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El último día llovió torrencialmente. A mi la lluvia me gusta. Era el día ideal para tomarme de nuevo el colectivo y visitar el shopping en las afueras de la ciudad. Shoppings y aeropuertos son zonas neutrales, la Suiza de los viajes. Cuando estés extrañando casa, o teniendo dificultades acostumbrándote a la cultura, cuando necesites tiempo con vos misma, cuando no tengas ganas de decidir qué hacer minuto a minuto, cuando llueve, cuando querés meterte para tus adentros, o cuando no tengas ganas de pensar, metete en un shopping. O en un aeropuerto (pero los shoppings están más cerca que los aeropuertos). Me pasé toda la tarde ahí adentro y fue terapéutico. Estaba empapada por la lluvia así que tenía la excusa perfecta para comprarme algo de ropa (alguna que estuviera en liquidación). La misión fue exitosa.

Y así me despedía de Quebec; con lluvia pero felíz.

+++

Guía práctica con datos importantes por si querés viajar a Quebec:

1. No escales las Cataratas de Montmorency.



Fin del comunicado.


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