Desde que tengo uso de razón quiero viajar. La sensación es inexplicable, el deseo y la convicción de que yo TENÍA que ir sí o sí a Canadá, Escocia, Irlanda, Rusia, etc. etc. etc. eran muy fuertes, casi como un mandato divino y no como un gusto personal. Supongo que es lo mismo que le debe pasar a todos los viajeros. Se vive no como un sueño lejano, sino como una urgencia imperiosa que uno no tiene opción de desescuchar.
Cuando fui creciendo me desayuné que
no era tan fácil ser todo lo libre que yo quería; aparentemente para
viajar había que tener mucho dinero, trabajar duro, y ahí después
quizás tener unos 15 días para visitar una o dos ciudades desde
atrás de unos anteojos negros y el visor de una cámara mientras
esquivabas las masas de turistas. Había algo que no me cerraba del
todo en este panorama, aunque no sabía muy bien qué era.
Yo imaginaba que viajar era como volar.
Me veía abarcando todo, conociendo cada recoveco de la Tierra y
sobrevolándolo en un aladelta, inspirándo profundo y guardándomelo
todo en el corazón. Sentía que tenía que ir por el mundo buscando
reencontrarme con mi familia perdida. Era una cuestión de amor a
distancia. No entendía por qué tenía tanta urgencia de
reconectarme con esas personas que eran “desconocidas”, y no
tenían por qué atrerme, pero lo hacían. Mi sueño era muy fuerte.
Cada día escribía en mis cuadernos, dibujaba, y me imaginaba allí.
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Por suerte la realidad superó a la imaginación con estos árboles congelados en las Cataratas de Niágara. |
Un día finalmente pasó. Era el año
2000 y mi mamá había ganado un juicio que le dejó exactamente 1500
pesos argentinos (en ese momento eran 1500 dólares). Así que a los
16 años pude pasar un mes en Canadá, cerca de Toronto, en la casa
de unos amigos de mi familia. Era invierno y a mi primer viaje en
avión, sola, y a otro país, se le sumó el conocer la nieve. Cuando
el avión aterrizó miré por la ventana y ví un manto blanco que
abrigaba la tierra; no entendía qué me estaba pasando pero se me
caían las lágrimas.
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El panorama era más o menos así. Pueblo Withby, cerca de Toronto. |
Una hora después de atravesar migraciones (no tenía idea de quiénes eran esas personas que me hacían tantas preguntas) salí y me encontré con una mujer de ojos claros y sonrisa enorme que me estaba esperando. Era Blanca, la mamá de la familia con la que me quedaría un mes. Yo estaba totalmente descolocada y felíz, aunque muy sensible. Estaba viviendo mi sueño. Me acuerdo que me llevó a desayunar y fue la primera vez en mi vida que no me entró ni un bocado de muffin en el cuerpo.
Por la calle yo miraba y había
amplitud, nieve, frío, más amplitud, algunas hermosas casas,
personas caminando emponchadas hasta las orejas, más nieve, más
frío, y sin embargo tanta calidéz y tanta alegría que no me
entraba en el pecho. En ese momento no entendía la dimensión de lo
que estaba viviendo.
Durante ese mes viví muchas cosas y
aprendí las primeras diferencias culturales. Fue el primer encuentro
que tuve con un lugar en donde se vive diferente; muchas cuestiones
básicas nuestras no existían, y viceversa. Por ejemplo, allí el
gerente del supermercado se paraba en la puerta a darle la bienvenida
a todo el que entrase. Y la gente por la calle era muy amable, aunque
mucho más reservada que en Argentina. Me dí cuenta que había una
diferencia radical, y es cómo el canadiense ocupa el espacio
público: no lo ocupa. En Argentina el espacio que separa a dos
personas no es demasiado grande ni demasiado inviolable; de hecho con cualquier
persona por la calle nos ponemos a hablar como si la conversación ya
hubiera empezado antes del “hola”. Con el argentino (y sobre todo
con el porteño) no hay ninguna pared de individualidad que romper.
Con el canadiense sucede otra cosa; la gente no se mira por la calle
si no se conoce oficialmente. Esto fue lo único que me costó, la
sensación de que cada uno vivía en su mundo, pero lo ignoré porque
estaba fascinada con todo lo que estaba aprendiendo de este país
nuevo que ya antes de conocer, amaba. Un día estabamos desayunando y
uno de los hermanos de la familia, que en ese momento estaba en la
universidad, comenta que le había llegado un cheque del gobierno
devolviéndole mil y pico de dólares por los impuestos que había
pagado en los últimos 3 meses. WHAT?? Sí. Así como lo escuchás.
El gobierno apoya a los estudiantes y no permite que paguen
impuestos. Peor. En realidad ya habiéndolos pagado, voluntaria y
explícitamente el Sr. Gobierno de Canadá saca cuentas, escribe un
cheque a nombre del humano en cuestión, y lo manda por correo a su
casa. Como te imaginás, esto me rompió la cabeza. Yo nunca había
imaginado que en la tierra existía un lugar donde el gobierno te
ayude. Todo lo que yo conocía hasta el momento era exactamente lo
opuesto y ni siquiera lo juzgaba; simplemente era la realidad.
Y mis días pasaban así sorprendida y
enamorada, un poco boba, por Canadá.
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Ese año me convertí en catadora de capuchinos y tortas. Es que era invierno... |
Un día visité la escuela (recordemos
que en ese momento yo tenía 16 años) y como también tenía las
preocupaciones de una chica de 16 años, choqué un poco con el hecho
de que casi todas las chicas eran rubias de pelo lacio, vestidas de
última moda. Me sentí un poco incómoda, pero no tanto como para
empañar mi dulce enamoramiento con el país.
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Cuando volví hice una carpeta de fotos de Canadá, con papeles de colores y diferentes dibujos. Toda una adolescente enamorada... |
En Canadá también probé por primera
vez el dulce de leche casero. Puede ser inquietante para un argentino
descubrir esto en la práctica, pero el dulce de leche aparentemente
no es la prioridad de importación nro 1 para todos los otros países
del mundo. Sí. Es duro muchachos. La buena noticia es que se puede
hacer con leche condensada en el módico tiempo de 5 horas (4 de
hervor + 1 de espera). En ese tiempo podés salir a recorrer el
barrio, que tiene 50 cm de nieve, con lo cual hacer diez cuadras te
toma 5 horas; y es exactamente lo que necesitas para volver a la casa
muerta de hambre y frío, lista para disfrutar de tu postre como si
fuera la salvación.
Otro gran recuerdo fue aprender a
esquiar. Tuve mucha suerte de ser chica e ir a parar a la casa de
argentinos que me trataron como una hija más. Cuando me llevaron por
primera vez a ver las pistas tuve que hacer fuerza por mantener los
ojos en sus órbitas. Unos días después tenía arreglada mi primera
clase particular con Peter, un señor muy bueno que me hacía acordar
al abuelito de Heidi. Tendría al rededor de 50 años, pero un estado
físico que era para envidiar. A esa primera clase le siguieron 4 o 5
más durante toda esa semana. Si bien las temperaturas eran
aceptables en general, un día hicieron unos 20 grados bajo cero, y
empecé a estar muy tonta. Literalmente estando parada quieta en la
nieve, me caía. Me reía por cualquier cosa, y mi cuerpo no
reaccionaba a lo que yo le pedía que hiciera. Peter me contó que el
frío espesa la sangre y no llega tanto oxígeno al cerebro. Eso lo
explicaba todo. Así que entramos por unos minutos a una base en la
montaña que tenía una chimenea encendida. Se sacó los anteojos
para la nieve y me dí cuenta de que era la primera vez que le veía
los ojos. Era un hombre muy muy bueno y si no fue mi abuelo en otra
vida, le pega en el poste. Me contó que tenía una hija mas o menos
de mi edad, con un nombre que era muy difícil y no recuerdo pero
sonaba algo así como “Javal”, aunque seguro se escribe
Jhablashkajcnkjndfkbjsnfgal”. Al parecer hacía pocos años su
mujer había fallecido por un accidente muy tonto. Ella fumaba, pero
nunca dentro de la casa. Así que salía a la puerta con una campera
a penas apoyada sobre los hombros para aguantar esos 3 minutos fuera
de la calefacción. Un día se resbaló con una piedra y cayó de
cara a la nieve. Como quedó inconsciente y nadie la vió, se
congeló. Peter era una persona con mucha sabiduría, y había podido
superar el dolor de su mujer junto a su hija. Se habían vuelto muy
unidos. Siempre me voy a acordar de él.
Lo lindo de los viajes es que uno está
fuera de su atmósfera conocida y segura, y por ende, está mucho más
expuesto a la magia que el universo tiene guardada para nosotros.
Inevitablemente TENEMOS que confiar más en el mundo cuando estamos lejos de la red de seguridad que construímos. Así es como vas dándote cuenta de que hay miles y miles de ángeles, muchos más que gente peligrosa o turbia. Y la gente que vibre con tu sintonía va a encontrar la manera de aparecer para regalarte experiencias o aprendizajes valiosos para tu vida.
Agradezco haber cumplido mi primer gran
sueño tan jóven, porque aprendí muchísimo, me inspiré, conocí
otras formas de vivir, y sobre todo empecé a abrir la cabeza antes
de cristalizar miedos o prejuicios irracionales. Y agradezco que ese viaje me inspiró tanto que muchos años después todavía tenía envión para rato. Fue el primer viaje de muchos, y uno que voy a guardar en mi corazón toda la vida.![]() |
El universo me acogió en esta casita durante un mes. |
Inevitablemente TENEMOS que confiar más en el mundo cuando estamos lejos de la red de seguridad que construímos. Así es como vas dándote cuenta de que hay miles y miles de ángeles, muchos más que gente peligrosa o turbia. Y la gente que vibre con tu sintonía va a encontrar la manera de aparecer para regalarte experiencias o aprendizajes valiosos para tu vida.
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Me regaló mi primera guerra de nieve. |
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Port Perry, un pueblito que vale la pena visitar si vas a las Catarátas de Niágara. Te bajas de la autopista un poco antes y vas bordeando el agua por este lugar de cuento. |
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Los caminitos de Port Perry. |
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La última imágen que me regaló Canadá mientras me subía al auto para ir al aeropuerto. Un Canadá con sol. |
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