Todas las fotos de Quebec son de http://freelargephotos.com |
En julio 2011 hice un viaje de unas 3
semanas que me llevó por Berlín y Montreal. Lo lindo de los viajes
que duran varios días, semanas o meses, es que uno no lleva todo
planeado y tiene algunos días libres para dejarse sorprender por la ruta.
Ni me
acuerdo en qué momento de mi pasaje por Montreal, mientras charlaba con un
canadiense, escuché algo de la famosa Quebec. No
me atraen las ciudades demasiado turísticas normalmente y no tenía
ninguna intención particular de ir allí. Además, en todo Canadá
hay lugares tan atractivos para ver y estar, que no tenía manera de decidir
objetivamente. En un punto ya la decisión de a dónde ir se
transforma en algo muy aleatorio cuyas bases pibotean entre pasajes,
distancias, precios generales, días disponibles, y una suerte de
magia que en el momento indicado te lleva a decidir un destino sobre
otro. Había esuchado que con 3 o 4 días estaba más que bien para
conocerla toda. Aún así, dejé que el tiempo pasara y que fuera
decantando solo. Así fue que a último momento, y de manera muy
impulsiva, decidí ir un día a tomarme el micro.
Me encontré con una ciudad muy
acogedora y segura. Todo me generaba mucha dulzura y contención al
turista. No hay forma de perderse, no hay forma de no caminar siempre
por un lugar hermoso, no hay forma de aburrirse. Llegué sin efectivo
y con una tarjeta de débito que se me había bloqueado en la
estación de micros justo antes de salir. Tenía algunas monedas que
sumaban unos 9 dólares como mucho, y necesitaba guardarlas porque
tenía que pagar el micro hasta el aeropuerto cuando fuera el momento
de volver. Podría haber entrado en pánico, y de hecho algún
porcentaje de mí estaba en ese estado de “emergencia”, aunque me
convenía no dejarme caer en ese agujero negro de la desesperación
porque no tenía forma de solucionarlo. Así que simplemente me dejé
llevar y confié que todo iba a tener que estar bien. Y así fue.
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Como les decía, la pequeña ciudad es
un cuento. Resulta que en este caso, el cliché no me molestó.
Quebec me recibió con un aire cálido y cercano bastante cómodo a
mis pulmones. Hay un primer approach cuando uno va llegando a un
lugar y le pega esa oleada nueva del aire propio de esa zona. En ese
momento ya lo sabés: te gusta o no te gusta. Y es inmediato. Y es
radical. El aire de un lugar tiene una composición única y te
transmite toda su escencia. No, no tengo el olfato de un boxer, pero
existe una química como la hay con las personas, y si estás
conectado con vos mismo podes distinguir cual es la reaccion que se
produce al interactuar tus componentes con los de tu nuevo entorno.
Efervesencia, rechazo, adrenalina, familiaridad, comodidad, apertura,
o liviandad... No estoy diciendo que no se puedan tener experiencias
hermosas y muy valiosas de vida en todos estos lugares, simplemente que
para mí el primer impacto es muy revelador.
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Quebec no es una ciudad demasiado
barata. Es pintoresca y absolutamente hermosa en el sentido estético
de la palabra, creo que nadie podría decir lo contrario. Pero no
deja de tener intenciones turísticas. No me pasó como con
Frankfurt, por ejemplo, en donde no sentí en ningún momento que la
ciudad me estuviera pidiendo que gaste dinero en ella. Quebec es
bella, simpática, amorosa, y amable, pero sigue usando taco alto y
maquillaje, y dando muestras gratis de algunas cosas para después
matarte en otras. A pesar de no ser una ciudad totalmente
desinteresada y genuina, su energía era bastante agradable y me
permití disfrutarla de todas las maneras posibles durante los 4 días
que estuve.
A penas me acomodé salí a recorrer la
ciudad caminando. Es ideal para caminar mucho Quebec; las callecitas
del centro son angostas, empedradas, y circulares (o esa sensación
me dió a mí, que no soy cien por ciento confiable cuando de
orientación se trata). Cuestión que todo era adorable. Hacía
calor. Había mucho verde, plazas, parques, y todo interactuando con
construcciones que parecían salidas de un cuadro. Flores y
enredaderas en las paredes, toldos de colores, música sonando desde
el interior de algunos negocios, cafés con mesitas en la calle,
gente felíz caminando, jóvenes, familias, todo perfectito. Quise
que me molestase un poco tanta perfección, pero no
lo logré.
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En el centro de información turística
me dieron dos folletos donde se enumeraban las actividades de los
próximos días en la ciudad. Algunas eran gratuitas y otras pagas.
Yo circulé las gratuitas que, además, eran las más interesantes.
Por ejemplo una proyección que iba a haber sobre un edificio junto
con luces de colores que creaban unos efectos increíbles. Para ver
esto te daban una dirección X, caminabas varias calles en subida, y
cuando llegabas a la esquina en cuestión, mirabas en dirección al bajo,
y sobre las paredes de una construcción gigante empezaba a aparecer
un corto. El corto en sí no era genial, pero la idea y toda la
situación, sumado a los efectos de luces y el tamaño de la puesta,
era realmente deslumbrante. Otra actividad tremenda que hubo (y que
sigo sin poder creer que sucedió) es un show nuevo y gratuito del
Cirque Du Soleil. Dije que era gratis? Dije que era el Cirque
Du Soleil? De las 3 noches que estuve en Quebec fuí a verlo 2. Hice
una cola de una hora parada en la puerta junto con otros cientos de
mortales. Veías el espectáculo al aire libre, amuchado entre otras
sardinas, algunas bastante más altas que vos. Pero si sos ex
gimnasta, ex acróbata y eternamente amante del aire y las piruetas
como yo, nada de esto te importaba y te las ibas a ingeniar para
estar ahí firme como estaca, inamovible y decidida a defender tu
lugar y tu campo de visión cueste lo que cueste. Había acrobacia en dúo, contorsionistas, trampolinistas,
clowns, y todo el misterio y la magia que el Cirque sabe generar.
Dos días después me encontré con una
amiga que acababa de llegar a la ciudad. Fue lindo verla y compartir
con ella todo el día de caminatas por la verde Quebec. Llegamos a un
parque enorme bastante alejado del centro, todo en un plano inclinado
en forma de pendiente. Pasamos varias horas allí y después
emprendimos la larga caminata de vuelta. En un momento del recorrido
entramos en la dimensión desconocida: juro por Dios que de estar
caminando por calles escasamente transitadas, pasamos a una especie
de peatonal de muy alta clase en donde había cientas de personas
tomando cerveza, modelos bañándose en jacuzzis al exterior, bares
montados para esa ocasión, bandas, micrófonos, showmen
sobreactuando, y otras cosas muy bizarras que nunca ví en vivo y en
directo excepto por ese día (y tampoco estoy tan segura de que haya
realmente sucedido). Fueron dos cuadras de estar en un evento como de
revista muy top con gente borracha cantando cosas ininteligibles.
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Quebec es como para caminarla de arriba
a abajo, de lado a lado, en círculos, en zig zag, bordeando el
fuerte, por arriba del fuerte, por abajo del fuerte, con los pies,
con las manos, mirando, oliendo, escuchando. No tiene desperdicios,
al menos en temporada alta que es cuando yo la conocí. Hay que estar
ahí afuera todo el día y estar atento a los eventos para dejarte
atraer por ellos. Shows callejeros, música de gaitas en patios
internos, circos, no sé...
Un día me tomé el colectivo de 40
minutos más o menos hasta las cataratas de Montmorency. Son
chiquitas, pero muy hermosas, al igual que todo el barrio y el
paisaje que las circunda. Caminé por un circuito dentro de un bosque
hasta que al final las ví desde arriba, luego fuí bajando por unas
escaleras para verlas desde su base. Había un sistema para subir con
telecabinas, pero un chiste de esos en Canadá puede ser caro. No lo
pude aprovechar. Yo, que siempre encuentro mis propios caminos más
cerca de las tangentes que de las convenciones, empecé a bordear
todo el parque alejándome de las cabinas hasta que llegué a otras
dos cascaditas mucho mas chiquitas. TAN chiquitas que las subestimé.
Arriba estaba la calle por la que había venido. Abajo estaba yo.
Arriba estaba el lugar al que tenía que volver. Abajo seguía yo.
Qué pasó por mi mente en ese momento? Todavía no lo entiendo, pero
al parecer creí que podía escalarlas.
ADVERTENCIA: LO SIGUIENTE NO ES APTO
PARA CARDÍACOS
Al principio era fácil (no me quiero mandar la
parte pero a pesar de mi metro y medio de altura y mi contextura poco
estilizada, mi agilidad me ha sabido merecer apodos como “araña”).
Pero esta vez hubo un pequeño error en el cálculo de mis habilidades. La subida empezó a ser progresivamente más
difícil debido a las piedras planas y al agua que me pasaba muy
cerca. La pendiente pasó a ser más empinada, las superficies
agarrables escasearon. La verdad es que no sé que pasó, pero en un
momento me dí cuenta de que no podía ni seguir subiendo, ni bajar.
Estaba trabada a mitad camino y las manos no me daban a basto para
asegurarme el avance. Sospeché que era un buen momento para
desesperarme cuando miré para abajo y ví que si no lograba subir,
todo se podía transformar en una catástrofe. Las piernas me
empezaron a temblar y realmente lloré de miedo. No tengo idea cómo
salí de ahí pero apelé a todos los milagros y dioses posibles, y
algo pasó porque de repente estaba arriba de todo, de nuevo en la
ruta por la que había llegado.
Me senté en el pasto a reponerme del
filo de la muerte y a tratar de devolver mi mente a un lugar
agradable. Es muy curioso como podés estar en un momento en una
atmósfera muy buena, de vacaciones, en una ciudad mágica en un día
soleado, y de repente caer en la cuenta de que hiciste una estupidéz
y que tu vida peligra. La única diferencia entre esta historia como
anécdota graciosa en un blog, y esta historia como nota de diarios
en Canadá y Argentina, fue el resultado mágico. Pero ese momento en sí fue
mortal igual.
Me tomé el colectivo de vuelta y un
ratito después estaba en el centro. Esa noche comí en un lugar de
comida vegetariana por peso. Me serví bastante y me costó cara pero
no me importó; tenía que anclarme a la tierra de nuevo.
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El último día llovió
torrencialmente. A mi la lluvia me gusta. Era el día ideal para
tomarme de nuevo el colectivo y visitar el shopping en las afueras de
la ciudad. Shoppings y aeropuertos son zonas neutrales, la Suiza de
los viajes. Cuando estés extrañando casa, o teniendo dificultades
acostumbrándote a la cultura, cuando necesites tiempo con vos misma,
cuando no tengas ganas de decidir qué hacer minuto a minuto, cuando
llueve, cuando querés meterte para tus adentros, o cuando no tengas
ganas de pensar, metete en un shopping. O en un aeropuerto (pero los
shoppings están más cerca que los aeropuertos). Me pasé toda la
tarde ahí adentro y fue terapéutico. Estaba empapada por la lluvia
así que tenía la excusa perfecta para comprarme algo de ropa
(alguna que estuviera en liquidación). La misión fue exitosa.
Y así me despedía de Quebec; con
lluvia pero felíz.
+++
Guía práctica con datos importantes por si querés
viajar a Quebec:
1. No escales las Cataratas de Montmorency.
Fin del comunicado.
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