Bueno, heme aquí en Bariloche. Llegué
el domingo y ya desde antes de pisar tierra local, el viaje empezó a
presentarse a sí mismo como un espacio virgen seteado especialmente
para que yo descubra la magia escondida. Así fue como empecé a
conocer personas que a los minutos de sentarnos a charlar ya eran
familia. Dicen que esto es una ley, que le ocurre a la mayoría de
los viajeros, pero nunca había podido experimentarla TAN claramente.
Tal vez es porque ahora estoy más abierta y en vez de querer decidir
todo, simplemente estoy dejando espacio en mí para que el universo
me sorprenda.
Ya de por sí, la manera de llegar acá
responde a un maquiavélico plan que ideé desde hace un par de meses;
consiste básicamente es no querer comprar todo y poseer certezas o
garantías de cuándo y cómo hacer las cosas, sino de ir dejándome
llevar, confiar más en el lugar, en la gente, estar más receptiva,
y dejar que el viaje haga conmigo lo que le parezca. Este fue el lema
que rigió. Estoy convencida de que el mundo es un lugar maravilloso
en el que hay de todo, es cierto, pero si uno pone lo mejor de sí y
tiene fé en que lo MEJOR le va a llegar en el momento IDEAL que lo
necesite, eso efectivamente pasa. Y si no CREO que eso sea lo mejor,
no importa. Simplemente aceptar que no es necesario que yo controle y
entienda todo. Poder hacer la plancha. Sutilda tiene esto pendiente,
para los que la conocen ya saben que ella sabe esforzarse a morir,
pero le suele costar soltar ese esfuerzo y confiar en el ritmo
natural de la marea que la lleva.