Cada vez mas segura me siento de seguir
mis instintos a pesar de que no vayan hacia donde el común de la
gente se dirige o cree que todos deberíamos dirigirnos. Cada vez mas
cómodo es ser yo misma, diciendo “no” a elecciones que el 95% de
la gente dice “si”, y no sintiéndome equivocada o limitada por
mis elecciones como ser vegetariana, o preferir pequeños productores
por sobre grandes corporaciones, o no consumiendo cosas hechas a
partir del maltrato hacia personas o animales en cualquier parte de
su proceso. Cada vez más sana, más en armonía, más fiel a mi
misma me siento yendo por un sendero absolutamente especial,
escuchando mi intuición profunda con un poquito más de atención y
tomando como guía mi sabiduría interna y natural. A los paradigmas
dados por default, con la mayoría de los cuales siempre me sentí
incómoda, ahora me permito cuestionarlos en absoluta sinceridad y
relajación, y haciendo silencio para ver si eso concuerda con mi
verdad.
Hoy en día perdí la necesidad de
satisfacer expectativas o miradas ajenas, sean de desconocidos, de
amigos, de familia, o de imposiciones socioculturales intangibles.
Solía vivir en un permanente tironeo
interno debido a mi extrema sensibilidad que me hace empatizar con
todo y con todos en todo momento, y por otro lado percibiendo una
agresión de fondo permanente por el solo hecho de vivir en un
entorno urbano porteño excesivamente competitivo e individual.
Siempre desencajé de los grupos porque no puedo hacer la vista gorda
a las pequeñas enormes faltas que cometemos como sociedad hacia
cualquier miembro que no sea “yo mismo”. Pero cuando era chica me
veía como inadaptada o limitada, e intentaba hacer las cosas q todos
hacían a toda costa. La música alta siempre me hizo ruido. Las
carnes nunca me atrajeron, igual que el alcohol, el cual siempre me
cayó mal. Las drogas me son totalmente ajenas. Las charlas
superficiales o los comportamientos basados en las modas simplemente
no tienen demasiado que ver conmigo. No soy una gran RRPP ni tengo
tiempo, interés o energía para dedicarlo a satisfacer la imágen de
mí que las personas esperan que irradie.
Tenía un defecto que era no respetar
mi voz interna gritándome constante durante años que trabajar 9
horas por día para enriquecer a una corporación cuyo dueño no
conozco y a quien mi calidad de vida no le interesa, era inaceptable.
Me esforcé por ser como todos, y me impuse hacerlo a toda costa.
Nadie nunca me dijo que ser distinta estaba bien. Lo aprendí a los
golpes, después de años y años de vivir encerrada en una armadura
mental que era totalmente ajena, rígida, y hostil. Una armadura que
no se adaptaba a mis múltiples curvas y fluctuaciones, a mis eternos
ornamentos redondeados, especiales y diferenciales.
Llegó un momento en que después de
maltratarme exponiéndome a un estilo de vida, trabajo y relaciones
en los cuales yo nunca fluí, no me quedó otra que arrastrarme hacia
otra cosa con el último hálito de oxígeno. En esa lucha de
supervivencia que es intrínseca a todo ser dejé que mi instinto de
me llevara a mi verdadero hogar; yo misma.
Despacito y con mucha paciencia fuí
desarrollando cierta aceptación para ser como yo verdaderamente soy,
y descubrir mi propio camino, que nunca fue caminado por otros antes.
Descubrí que no me gusta que me llamen “vegetariana” como
englobando en una etiqueta un millón de instintos, valores y
sentires que poco tienen que ver con una moda global o con una
tendencia, y que vienen de mis mas profundos espacios abstractos.
Descubrí que no me siento cómoda compitiendo con otros para
demostrar ante NADIE la magnitud de mis talentos o saberes.
Descubrí
no me siento cómoda relacionándome con personas que no sean
absolutamente transparentes en sus intenciones.
Descubrí que mi
umbral tan pequeño de tolerancia a la injusticia es un termómetro
que puedo usar para saber de manera rápida a dónde dirigirme, o en
dónde hay algo que no está bien, y actuar en consecuencia.
Descubrí
que no me gusta ser vista como un objeto o posesión de nadie.
Descubrí que no quiero que nadie lucre con mis saberes.
Descubrí
que no sirvo para vivir adormecida bajando la cabeza ante las cosas
solamente porque “así son”.
Descubrí que la autosustentabilidad
es una premisa básica para vivir y no perjudicar al espacio, al
ambiente, a la tierra es mi ley motiv.
Descubrí que no puedo ignorar
mi intuición que me grita que proteja a todo lo natural, puro y
salvajemente ordenado de este planeta a toda costa, y que evite
intervenirlo artificialmente o intoxicarlo con intenciones convenidas
y turbias.
Descubrí que no me gusta el capitalismo.
Descubrí que
mucha gente encerrada se empieza a pudrir y fermentar, porque empieza
a comportarse como lo hace el otro y deja de autoexaminarse.
Descubrí
que no me siento cómoda siendo una ratita que coopera y alimenta con
su eterno correr en la rueda a todo un sistema gigante y
descontrolado que no piensa en cada individuo ni lo cuida.
Descubrí
que cada persona, cada ser, contiene dentro de sí el potencial de
mejorarse a sí mismo y de pulirse como un diamante para brillar con
la sabiduría ancestral de toda la creación, o de consumirse y
pudrirse en sus propios patrones viciosos que sólo buscan placer a
corto plazo.
Descubrí que vivir solo para sobrevivir no es vivir.
Descubrí que sólo deseo expandirme y ser parte de la naturaleza.
Descubrí que tal vez ni siquiera necesite una casa, o ser parte en
absoluto del sistema. O tal vez sí... quien sabe.
Descubrí que no
me gustan las masas de gente, pero sí amo a las personas.
Descubrí
que prefiero mil veces cuidar bien a una sola persona desde el más
absoluto anonimato, antes que pararme ante miles, embelezarlos con
mis palabras o imágen y que empiecen a admirarme más a mí que a
ellos mismos.
No quiero quitarle atención a nadie.
Quiero ser ese
guía sutil que le da protagonismo a quien está ayudando.
Quiero que
cada persona se encuentre a sí misma.
No quiero fans.
Ni siquiera
necesito caerle bien a nadie.
Quiero ser la que, parada en el medio
del puente colgante entre riscos, invite a las personas a cruzarlo
animándolas a creer en sí mismas, recordándoles y haciéndoles
confiar en su infinito potencial.
Quiero darles la mano y que me
escuchen sólo el tiempo necesario como para empezar a escucharse a sí mismos. Y luego quiero quedar detrás, viendo con orgullo y
amor a todas las personas del mundo en su máximo esplendor.
Quiero
verlos cumpliendo sus sueños.
Quiero verlos a todos siendo felices y
plenos.
Quiero verlos a todos desarrollarse hasta darle nacimiento al
proyecto que cada uno vino a hacer, siendo lo que cada uno vino a
ser.
No quiero ver gente adormecida en las sombras. Me duele, me
duele en lo más profundo de mis entrañas.
No quiero ver gente
apilada en el subte un día de 45 grados que están tan desconectados
de sí mismos, tan alienados, tan olvidados, que ni siquiera se les
ocurre aflojarse la corbata o sacarse el traje.
No quiero que
escuches más a un sistema prediseñado o enlatado que a vos mismo.
Quiero cuidarte hasta que vos te des cuenta de que tenés que
cuidarte.
Quiero que desees lo mejor para vos, y no te conformes
hasta ser lo mejor que vos ya sos. Y no quiero que nadie te haga
olvidarlo. Nunca.
Y por eso, te voy a hablar y a ayudar y
a intentar inspirar hasta que explotes de amor y de ganas de elevarte
como un globo aerostático.
Quiero que seas un globo aerostático.
Y quiero que te eleves.
Hasta tu propio cielo.